lunes, 5 de julio de 2010

Capítulo I: Raciosimio y los estereotipos

En esta época signada por el individualismo, Raciosimio insiste en homogeneizar a través de estereotipos la sociedad en la que se ve inmerso. Consume la realidad tan agobiante, detrás del vapor del café que le empaña los lentes; se ha acostumbrado tanto que ya no precisa malgastar servilletas en limpiarlos y prefiere esperar que se sequen solos.
Del otro lado, la venta no va tan mal. La rotulación ha sido disparada ante millones de retinas similares a las del Hombre Masa y lo que sigue es un simple mecanismo de reproducción exponencial, de las relaciones que defienden los mercenarios de la información.
La suerte está echada y el mundo de las grandes marcas ha logrado su objetivo, desbordándose para poder nominar hasta a la subjetividad. Sólo así podrá etiquetar las colectividades, unidas por los lábiles lazos del particularismo. “A pisar cabezas” se ha dicho.
Cree que ya ha visto suficiente, que su sensibilidad ya absorbió lo necesario, por lo que decide lavar su taza y salir al encuentro de la cruel realidad, la rutina (ineludible en la vida del ser masivo) no es capaz de proporcionarle otra salida. El desayuno le ha brindado el alimento necesario para nutrir sus emergentes recelos; el prejuicio es la piedra angular, capaz de sustentar la estigmatización escondida en las etiquetas de las poderosas firmas.
La naturaleza con la que reproduce el discurso que ha digerido, pero no masticado, parece transformarlo en un intelectual. Una palabra tras otra, comunica lo que compró; aunque hable de su familia o de lo linda que es su secretaria, el sentido hegemónico subyace en cada uno de sus términos.
Es claro que Raciosimio no advierte la despiadada metáfora que su vida le presenta día a día; lo que él no sabe, es que lo que tiene empañado es su sentido crítico. Y para eso no hay servilleta que valga.

1 comentario:

  1. Los gallegos son brutos, los judíos son amarretes y los chilenos pegan de atrás.

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